Una capa
de misticismo ha convivido siempre con el aspecto más comercial del
oficio de realizar espectáculos. Los payasos sagrados eran
considerados por los nativos americanos como personajes importantes
para el funcionamiento de la tribu, al mismo nivel que el chamán.
Para los indígenas americanos, como los Hopis, los Oglala o los
Lakota, el camino del payaso sagrado también era un camino
espiritual que sanaba el alma del grupo. En Europa los falsos magos
fueron tomados por verdaderos hasta que los desenmascaró Robert
Houdin a finales del siglo XIX y en Estados Unidos, en la misma
época, los Medicine Shows mezclaban números de variedades con un
charlatán que vendía elixires curativos al público.
Curanderos. Fuente |
En la
actualidad no se espera de un espectáculo que sea curativo. La
medicina occidental se ocupa de manera oficial de la salud de las
personas y las artes escénicas forman parte, exclusivamente, del
sector de la cultura y el entretenimiento. Sin embargo, las terapias
alternativas se han nutrido del poder energético de las actuaciones
en directo. Tanto para el público como para los artistas, es fácil
encontrar actividades de risoterapia, teatro curativo, danza
tántrica, esencia en escena o flamenco sanador entre otros.
El pasado
mes de Octubre en el Teatro Circo Price de Madrid volvió a
presentarse el Cabaret Místico de Alejandro Jodorowsky. Un
espectáculo que se pone como objetivo ayudar a los espectadores a
encontrar su propia “verdad auténtica para llegar a una
Consciencia plena.” En este Cabaret Místico personas del público
suben a escena a compartir los problemas que les impiden llegar a la
felicidad, y guiados por Jodorowsky, el público realiza actos
sanadores.
Eckhart Tolle. Fuente |
¿Es
posible explicar de una manera racional las experiencias, en
apariencia mágicas, que muchas personas parecen haber vivido a raíz
de ver un espectáculo en directo?
Desde un
punto de vista biológico, subirse a un escenario supone una
situación de estrés, similar a la presentada ante una situación de
peligro. Es en esos momentos cuando el cerebro activa, de forma
inconsciente, el Sistema Nervioso Autónomo (SNA). El SNA es la parte
involuntaria del Sistema Nervioso Periférico, todo aquél que se
encuentra fuera del cráneo y la médula espinal, una red de nervios
que van desde dicha médula a todos nuestros órganos. El SNA es el
encargado de controlar funciones como el ritmo del corazón, la
dilatación de los vasos sanguíneos, el tamaño de la pupila, los
movimientos de las vísceras (como el intestino) y la secreción de
sustancias por parte de las glándulas (como puede ser el páncreas o
las glándulas del sudor). Es involuntario y la mente sólo puede
influir parcialmente sobre el mismo. El SNA se divide en dos partes
casi contrarias: el Sistema Nervioso Simpático (SNS) y el
Parasimpático (SNP). Mientras que éste último es el encargado de
regular las funciones relacionadas con el reposo y la digestión, el
SNS es el que se activa en situaciones de estrés.
En estas
situaciones de peligro, el SNS produce adrenalina, encargada de
preparar al cuerpo para la acción: aumenta los latidos del corazón
y el flujo de sangre a los músculos y el cerebro, mejora la
respiración y permite que haya más azúcar en sangre disponible
para gastar. Dilata nuestras pupilas para ver mejor y aumenta la
temperatura corporal. También tiene efectos que nos pueden resultar
poco útiles en escena, como que se deja de producir saliva y se seca
la boca, o aumenta la sudoración y se empapa la ropa y las manos.
Además produce ese nerviosismo y temblor que tan poco ayudan sobre
el escenario.
Se ha
demostrado que el estrés agudo mejora el sistema inmunitario de
forma temporal, y además, tras la situación de peligro (igual que
después de hacer ejercicio, con la risa o tras una relación sexual)
se producen endorfinas, hormonas con efectos muy similares a los de
la morfina, produciendo bienestar y disminuyendo el dolor.
Todos
estos mecanismos pueden explicar esa sensación placentera del
escenario, esa mejoría del humor y la reducción de las dolencias y
males, aunque sea de forma temporal. Además, como animal social que
somos, disfrutamos de realizar actividades en conjunto con un
objetivo común, como puede ser un buen espectáculo. Cuando uno “se
mete al público en el bolsillo”, lo hace partícipe de las
emociones propias y éste también producirá esas endorfinas tan
beneficiosas, y tan necesarias. También hablar de los problemas de
uno con los demás (bien guiado, como en el ejemplo de Jodorowsky o
por un psicólogo) hace que uno pueda analizarlos desde otro punto de
vista y, seguramente, permitirle dar el paso a afrontarlos mejor.
Todos
estos factores unidos pueden ser el motivo de estas “sanaciones
milagrosas”, aunque la magia del escenario difícilmente podrá
reducirse sólo a procesos químicos y biológicos, siempre habrá
ese “algo más” que lo hace tan especial.
Pista de circo vacía. Fuente |
Artículo escrito por Davel Puente y Rafa Peñalver para el número 39 de la revista Zirkólika
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