¿Porqué viniste a
nuestro encuentro? Es pequeño y no muy importante a nivel
internacional.
Primero porque quería
venir a España. Segundo, porque no tenía nada que hacer este fin de
semana. Tercero, me servía de motivación para crear mi nuevo
número, que estaba en proceso de creación y si tengo una fecha
concreta ya tiene que estar listo para ese día.
¿Por qué has hecho
un nuevo número?
No lo sé. Mi viejo
número en solitario estaba viejo (Pigeon, why do you scare me?).
Considero que mi estilo de hacer malabares ha cambiado desde
entonces. En cierto modo era más triste, más violento, como mi
humor en esa época. Quería expresar lo que he aprendido en este
tiempo y mostrarlo en un nuevo espectáculo más abstracto y
divertido. La verdad es que estoy contento con el estreno. Sobre todo
con el hecho de no usar música, lo que me da mucha libertad, aunque
sea arriesgado.
El malabarismo es un
trabajo impredecible que pasas de una gran actividad a la ausencia de
ofertas. ¿Cómo consigues la estabilidad?
Mi estabilidad es la
enseñanza. Doy clases en la ESAC de Bruselas (Escuela Superior de
Artes Circenses). En verano me permiten elegir cuántas semanas
quiero dar clases, lo que es fantástico. Si tengo muchas actuaciones
no doy tantas clases, le doy prioridad a actuar. Ahora mismo mis
ingresos dependen en un 70% de actuar y el 30% de enseñar, más o
menos. Me encanta enseñar, pero prefiero actuar.
¿Qué aprendes
cuando enseñas?
Yo enseño mi forma de
hacer malabares, mi perspectiva de los malabares. Aunque intento
también dar unas pautas para que los alumnos encuentren su manera de
hacer malabares. Aprendo mucho ya que tengo que plantearme
constantemente qué quiero enseñar y por qué es importante para mí.
Me
gusta enseñar a todo aquél que quiera aprender, de
todos los niveles. Aunque
prefiero enseñar a gente que ya sepa hacer malabares, que quiera ser
profesional y que quiera subirse al escenario. Ya no quiero enseñar
a niños, me parece demasiado difícil
y no se me daba muy bien.
Eres ahora uno de
los dueños de Katakomben [Centro de referencia para las artes
escénicas en Berlín]. Háblanos de esta nueva experiencia. ¿Habéis
cambiado algo en la forma de trabajar del lugar?
En
2010 el dueño original [Alan Blim] dejó el proyecto, así que, con
tres socios [Uwe Mayer, Steve Dyffort y Frank Kraft], montamos una
asociación para dirigir el espacio. No somos propietarios porque no
podemos ganar dinero con él, estamos subvencionados, simplemente lo
gestionamos. Creo que hemos cambiado algo el trato con los socios y
usuarios. También cambiamos los suelos y redistribuimos algunas
cosas, ahora es un espacio más limpio. Queremos que sea algo más
parecido a un laboratorio, donde la gente pueda crear, conectar con
otras creaciones, esas cosas.
En tu web hay un rótulo que dice “When juggling becomes a language” (cuando el malabarismo se convierte en un lenguaje). ¿Cuál es ese lenguaje? Cuando hacemos algo, en verdad estamos comunicando algo. Sobre todo en escena tenemos que estar muy atentos a qué decimos con lo que hacemos. Nuestros patrones, nuestra técnica, todo dice algo que no tiene por qué ser muy concreto (…). Yo no hago 7 bolas porque quiera mostrar que soy capaz de hacerlo, para mí tiene que haber un motivo para hacerlo. También considero importante la puntuación: las comas, los puntos, y creo que debe haber algún signo de interrogación.
El lenguaje siempre tiene que ver con la comunicación. ¿Con quién te comunicas con ese lenguaje?
Con el público, aunque a veces lo que entiende el público no es lo que yo quiera decir. En verdad yo quiero mostrar una energía moviéndose por el escenario, pero no quiero ser muy concreto. No me importa que el público interprete por si mismo, pero sí que noten que hay algo que deben sentir.
Comenzaste a hacer malabares en tu adolescencia porque tu hermano lo practicaba. Pero en otras entrevistas comentas que paraste cuando llegaste a la universidad. ¿por qué?
Estudié Literatura Germánica y Filosofía. Antes hacía malabares todo el día, casi como un autista. Llegué a la universidad y comencé a conocer gente, ir a fiestas, esas cosas, y paré de hacer malabares, no sé bien por qué. Cuando estaba terminando Filosofía (2004), la propia carrera me hizo pensar que ya no quería pensar, por lo que volví a hacer malabares. Desde entonces volvió a ir a más y más, y encontré trabajo como profesor en una escuela de circo y así hasta hoy.
¿Cuando haces malabares no piensas?
No. Es el objetivo. Si estás en escena y no estás allí, sino pensando en lo que tienes que hacer a continuación, fallarás. Así hacer malabares es una forma de meditación para no pensar. Centrarse en el momento.
Sólo haces malabares con bolas. ¿En algún momento echas de menos algún otro malabar?
No.
¿Ni siquiera para relajarte y cambiar?
No, para nada. Al principio sí empecé practicando con todos los malabares, pero luego me centré en las bolas, creo que no tienen barreras. Al principio me gustaban mucho las cajas de puros. También disfruto ahora mismo, aunque no lo practique, el hula hoop. Me parece que tiene una gran conexión con el movimiento y los “isolations” [efecto que simula que el objeto está estático en el aire], es un malabar muy interesante.
En tu web hay un rótulo que dice “When juggling becomes a language” (cuando el malabarismo se convierte en un lenguaje). ¿Cuál es ese lenguaje? Cuando hacemos algo, en verdad estamos comunicando algo. Sobre todo en escena tenemos que estar muy atentos a qué decimos con lo que hacemos. Nuestros patrones, nuestra técnica, todo dice algo que no tiene por qué ser muy concreto (…). Yo no hago 7 bolas porque quiera mostrar que soy capaz de hacerlo, para mí tiene que haber un motivo para hacerlo. También considero importante la puntuación: las comas, los puntos, y creo que debe haber algún signo de interrogación.
El lenguaje siempre tiene que ver con la comunicación. ¿Con quién te comunicas con ese lenguaje?
Con el público, aunque a veces lo que entiende el público no es lo que yo quiera decir. En verdad yo quiero mostrar una energía moviéndose por el escenario, pero no quiero ser muy concreto. No me importa que el público interprete por si mismo, pero sí que noten que hay algo que deben sentir.
Imagen: Ben Hopper |
Comenzaste a hacer malabares en tu adolescencia porque tu hermano lo practicaba. Pero en otras entrevistas comentas que paraste cuando llegaste a la universidad. ¿por qué?
Estudié Literatura Germánica y Filosofía. Antes hacía malabares todo el día, casi como un autista. Llegué a la universidad y comencé a conocer gente, ir a fiestas, esas cosas, y paré de hacer malabares, no sé bien por qué. Cuando estaba terminando Filosofía (2004), la propia carrera me hizo pensar que ya no quería pensar, por lo que volví a hacer malabares. Desde entonces volvió a ir a más y más, y encontré trabajo como profesor en una escuela de circo y así hasta hoy.
¿Cuando haces malabares no piensas?
No. Es el objetivo. Si estás en escena y no estás allí, sino pensando en lo que tienes que hacer a continuación, fallarás. Así hacer malabares es una forma de meditación para no pensar. Centrarse en el momento.
Sólo haces malabares con bolas. ¿En algún momento echas de menos algún otro malabar?
No.
¿Ni siquiera para relajarte y cambiar?
No, para nada. Al principio sí empecé practicando con todos los malabares, pero luego me centré en las bolas, creo que no tienen barreras. Al principio me gustaban mucho las cajas de puros. También disfruto ahora mismo, aunque no lo practique, el hula hoop. Me parece que tiene una gran conexión con el movimiento y los “isolations” [efecto que simula que el objeto está estático en el aire], es un malabar muy interesante.
¿Cuándo sentiste
que querías moverte al hacer malabares?
Vino de pronto, comenzó al hacer la “ducha”, de forma natural,
después poco a poco. Me gusta moverme, de siempre, pero de joven era
muy tímido como para bailar, pero al tener las bolas delante de mí,
me servían como máscara, ya no estaba desnudo. “Mirad, me muevo
porque uso las bolas”. Me encantó que en el Open Stage del
encuentro hubiera una chica que hiciera un número de danza
contemporánea, fue muy valiente por su parte [se refiere a Raquel
Iniesta, de la Cía Caminante, que actuó en el Open Stage del EUCIMA].
Antes improvisabas
mucho en tus actuaciones, ¿sigues haciéndolo? ¿Hay que usar
siempre un fallo?
No,
en alguna ocasión improviso algún detalle, pero no, ya no. Quizá
algo los fallos. Creo que lo más importante es que si lo cometes no
pienses “mierda, he fallado”. Es algo que pasa, no le des tanta
importancia. Intenta experimentar qué pasa si fallas. Cuando hago
una actuación mala me siento mal tras ella, pero no durante.
¿Dónde te gusta
actuar?
No
tengo lugar fijo para actuar, simplemente lo que me va surgiendo.
Antes actuaba mucho en cabaret, interpretando números cortos, más
técnicos. Ahora que hice el número con Cristiana [Casadio,
bailarina, su mujer y compañera de escenario] y ha cambiado un poco
mi punto de vista sobre lo que significa actuar. Con Cristiana es un
show de una hora y diez minutos. Me gusta hacerlo completo, así que
prefiero en un teatro, o en un espacio de danza. Me gusta que haya
gente no-malabarista que me vea y diga: “ah, no es un número
simple, ni muy circense; hay algo de danza y otras artes”. Esto en
Alemania es muy dificil ya que el circo está muy asociado a una
imagen muy concreta, no es arte, es entretenimiento.
¿Has tenido alguna
actuación que recuerdes especialmente?
Tuve una desastrosa una
vez en un Festival de Circo de Turín, al ir a salir al escenario me
tropecé y me caí nada más empezar. Después de eso fallé como
veinte veces durante la actuación [risas].
También las hay buenas: hace pocas semanas, en una actuación con
Cristiana y otros 16 artistas, actuamos en un teatro ante un público
que tendrían unos 70 años de media. Al terminar, pudimos ver a la
gente levantándose lentamente y con gran esfuerzo sólo para
aplaudirnos de pie. Fue muy emocionante.
¿Por qué crees que
está gustando tanto tu número con Cristiana?
Porque es muy simple,
es un número sobre hombres y mujeres, sobre el amor. Cuando ves a
una pareja de hombre-mujer en el escenario, de lo que sea,
inmediatamente sientes algo.
¿Crees que estáis
entre dos mundos como son la danza y el circo?
Yo no veo las fronteras entre ambas, al menos desde mi perspectiva.
Mostramos una historia de amor, con algo de técnica, sí, pero una
historia de amor. Al principio intentamos no hacer una historia de
amor, pero no fue posible, acababa saliendo.
¿En qué momento
crees que se encuentra ahora el malabarismo? Con toda esta progresión
de los últimos años, los vídeos de internet, el desarrollo
artístico, el aumento de convenciones, etc.
Creo que ahora mismo
hay como tres vertientes. La más clásica, que siempre estará ahí.
La que los ve como hobby, que me encanta porque me parece un gran
hobby. Y yo creo que ahora mismo hay una gran progresión en la gente
que intenta decir cosas con el malabarismo, incluso comparado a hace
10 años. Ahora hay más gente intentando hacer secuencias, más que
decir: “mira, hago 5 mazas”. Se presta más atención al ritmo
que al truco, y me gusta mucho.
¿Crees que hay, en
algunos sectores del malabarismo, una especie de obsesión por la
investigación? Gente contantemente presentando nuevos movimientos y
trucos, aunque estos sean horribles y aburridos, sólo por el afán
de mostrar cosas nuevas.
Me parece muy “cool”
que haya gente que investigue tanto, no quiero evaluarlo. Si les
gusta, me parece bien, aunque a veces me parece que es algo parecido
a masturbarse [risas]. Creo que detrás de la búsqueda tiene que
haber una reflexión sobre qué significa a la hora de actuar, o cómo
aplicarlo a la actuación.
¿Consideras que hay
una corriente ahora que intenta esconder la falta de técnica bajo
una máscara de movimiento o modernidad?
Puede ser. Aunque por
ejemplo a mí me gusta mucho el circo escandinavo, porque hacen cosas
realmente extrañas con muy buena técnica. Me parece la combinación
ideal.
Cuando ves un número
técnico, ¿Piensas: “oh, está bien, pero no me convence”?
No puedo ver un número
de Anthony Gatto y decir: “es una cagada lo que haces”. Es una
decisión. Si quieres ser el más técnico me parece perfecto, lo
disfruto pero no me llega dentro, no transmite. Quiero un número que
mueva emociones dentro de mí. Hay otros que, aunque son clásicos,
sí transmiten emociones; como Kris Kremo, cuando lo veo me parece
que se divierte.
¿Por qué subir un
vídeo a Internet? ¿Tiene que ver con el ego?
[Risas]
Todos tenemos ego, claro. Está la parte de decir “mira lo que
hecho, cómo mola”, también está la parte de mostrar cosas que
jamás haré en escena, y que me da pena que no se vean. También me
gusta cuando subes un vídeo y hay comentarios que te lo agradecen,
es guay, les das algo de felicidad y te la dan a ti. Lo que no se ve
tanto son vídeos de circo que pretendan ser artísticos en sí
mismos más que mostrar algo.
¿Quieres que tu
hijo sea malabarista ?
Me
da igual. Aunque ahora mismo no le gusta mucho cuando hago malabares
porque significa que es tiempo que no estoy con él, y los rechaza
[Matía, el hijo que tiene con Cristiana Casadio, tiene 3 años en el
momento de hacer la entrevista] . Espero que él encuentre algo donde
poner todas sus energías. Mi sueño sería que fuera un futbolista
profesional. Soy tremendamente aficionado al fútbol. Sigo varias
ligas europeas, no sólo la alemana. Me gusta el Borussia de
Dortmund, también el Barcelona de ahora.
¿Qué es el malabarismo para ti?
El
malabarismo es movimiento, no es el objeto, es siempre el cuerpo. Es
el movimiento del cuerpo el que hace al objeto ser malabareado.
También es ritmo, como tocar una batería, sólo que se ve, no se
oye. Y también es una arquitectura que se forma momentáneamente en
el aire; una metáfora de cómo se maneja el mundo exterior. Ah, y
una forma de meditación.