A la Bella Steffany ("Bel-la", como en italiano) le gustaba mirar de reojo su sombra proyectada en la carpa cuando actuaba. Esa sombra que iba y venía al vaivén de su trapecio, al son de la música, que eclipsaba momentáneamente a esas decenas de cabezas con las bocas abiertas. Ahí, desde arriba, poderosa y enorme, el centro de los focos.
Ahora esa sombra sigue atrayendo su atención, pero en cierto modo le obsesiona. Busca en ella la diferencia, aunque parece que todo sigue igual que antes, sabe que no es así. Hay algo que ha cambiado; es ella, sí, pero no se reconoce, como cuando oyes tu voz en una grabación. Esa sombra empieza a parecerle una ventana al pasado. Hace tiempo que su rutina ya no le parece suya. Bastantes veces se ha sorprendido con la cabeza en otros sitios mientras está subida al trapecio. El subidón pasó a llamarse rutina, dos pases diarios y tres dominicales ayudan a acabar con la ilusión. La vida nómada del desgaste, distintos sitios y misma carpa.
Miss Mara y Pinito del Oro ya no siguen en activo, dejaron en tablas aquella bella "guerra fría" por ser la mejor. Ella, que creció y se formó mirando sus fotos, que llegó a imitar el agarre con los talones de la gaditana, que cosechó éxitos y ovaciones, ahora no se reconoce en su sombra. No le quedan referentes y los jóvenes de la familia no parecen interesados en el trapecio, tampoco le gustó demasiado descubrir a otros esos secretos que ella conoció a base de sudor y marcas en las piernas.
Nunca ha tenido una gran caída, pero desde hace un tiempo, cuando mira hacia abajo ve una red entre su trapecio y el suelo. Las grandes trapecistas siempre se han levantado y recuperado, brillando después incluso con más fuerza, pero ella no sabe cómo se levantaría de una caída. Cuando se comía el mundo y los focos siempre había sonreído al ser preguntada por redes y arneses. "Para qué, si no me caigo". Y era cierto, todo un mérito. La red apareció tras un par de sustos, esos dedos que ya no quieren agarrar como antes, esa cabeza que se descentra más fácilmente. Se ha abrigado con ella y no se imagina salir sin que esté puesta y comprobada.
La sombra sigue ahí, yendo y viniendo, como si fuera de otra. Disimula las nuevas curvas de su cuerpo, y parece seguir haciendo la rutina con firmeza. Bella se mira, es su propia espectadora, la mirada al show del pasado, cuando la carne era joven y la sonrisa sincera. Lo malo de observar tanto es que también ve los asientos vacíos, las bombillas rotas que nadie ha cambiado y el óxido que avanza por algunos de los soportes. Habrá que seguir, para esto se entrenó, para esto sacrificó tanto. Así, cuando se vuelva a abrir el telón a la señal del grito: "La Bella Steffany" (Bel-la, como en italiano), subirá como siempre, con el rictus de sonrisa en la cara, sin mirar al futuro, sólo a la sombra de lo que era.
Ahora esa sombra sigue atrayendo su atención, pero en cierto modo le obsesiona. Busca en ella la diferencia, aunque parece que todo sigue igual que antes, sabe que no es así. Hay algo que ha cambiado; es ella, sí, pero no se reconoce, como cuando oyes tu voz en una grabación. Esa sombra empieza a parecerle una ventana al pasado. Hace tiempo que su rutina ya no le parece suya. Bastantes veces se ha sorprendido con la cabeza en otros sitios mientras está subida al trapecio. El subidón pasó a llamarse rutina, dos pases diarios y tres dominicales ayudan a acabar con la ilusión. La vida nómada del desgaste, distintos sitios y misma carpa.
Miss Mara y Pinito del Oro ya no siguen en activo, dejaron en tablas aquella bella "guerra fría" por ser la mejor. Ella, que creció y se formó mirando sus fotos, que llegó a imitar el agarre con los talones de la gaditana, que cosechó éxitos y ovaciones, ahora no se reconoce en su sombra. No le quedan referentes y los jóvenes de la familia no parecen interesados en el trapecio, tampoco le gustó demasiado descubrir a otros esos secretos que ella conoció a base de sudor y marcas en las piernas.
Nunca ha tenido una gran caída, pero desde hace un tiempo, cuando mira hacia abajo ve una red entre su trapecio y el suelo. Las grandes trapecistas siempre se han levantado y recuperado, brillando después incluso con más fuerza, pero ella no sabe cómo se levantaría de una caída. Cuando se comía el mundo y los focos siempre había sonreído al ser preguntada por redes y arneses. "Para qué, si no me caigo". Y era cierto, todo un mérito. La red apareció tras un par de sustos, esos dedos que ya no quieren agarrar como antes, esa cabeza que se descentra más fácilmente. Se ha abrigado con ella y no se imagina salir sin que esté puesta y comprobada.
La sombra sigue ahí, yendo y viniendo, como si fuera de otra. Disimula las nuevas curvas de su cuerpo, y parece seguir haciendo la rutina con firmeza. Bella se mira, es su propia espectadora, la mirada al show del pasado, cuando la carne era joven y la sonrisa sincera. Lo malo de observar tanto es que también ve los asientos vacíos, las bombillas rotas que nadie ha cambiado y el óxido que avanza por algunos de los soportes. Habrá que seguir, para esto se entrenó, para esto sacrificó tanto. Así, cuando se vuelva a abrir el telón a la señal del grito: "La Bella Steffany" (Bel-la, como en italiano), subirá como siempre, con el rictus de sonrisa en la cara, sin mirar al futuro, sólo a la sombra de lo que era.
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