Y seguimos aprendiendo

Estos últimos dos meses, gracias a disfrutar de unas cortas vacaciones y a que me he apuntado a un curso de malabares (una gozada verte ante tantas cosas nuevas que aprender otra vez), he podido volver a hacer algo que echaba de menos: entrenar durante una tarde entera. Bueno, vale, no ha sido una tarde entera, pero sí fueron más de dos horas, lo cual fue muy gratificante. He podido constatar que, pese a que llevo más de dos años en los que no puedo entrenar tanto como me gustaría, no he perdido nivel; es más, sigo aprendiendo algún truco nuevo o mejorando previos. Por eso es gratificante, claro.

Cuando uno aprende a hacer malabares y se entusiasma con ellos, descubre un nuevo mundo ante sí y quiere verlo y tocarlo todo. No te vale con hacer la cascada de tres bolas, quieres pasar una por debajo de la pierna, no sin antes intentarlo con tres mazas. Coges y manipulas todo lo que pasa por tus manos: aprendes cuatro cosas de diábolo, tonteas con los palos chinos, acaricias los aros, flirteas con las cariocas e incluso le haces ojitos al contact. Todo es nuevo y estimulante y te ves capaz de abarcar todo.

Una vez aprendes lo básico de cada cosa te das cuenta de que alguno de los elementos (props, objetos, en inglés) te hace más tilín, que te sientes más a gusto con él y casi sin quererlo estableces una relación con el/los que te hace/n estar más cómodo. Con ese elemento el aprendizaje es más agradecido, quizá al principio parece costar mucho, pero te das cuenta que, pasado cierto umbral el aprendizaje es casi exponencial. Es importante cimentar la base y dejarse enseñar, conocer a gente, ir a encuentros y a clases, eso te abre los ojos y la mente. Con ella te sientes poderoso y, si sigues practicando, ves que alcanzar un truco o un objetivo será cuestión de tiempo, pero que llegarás. Parece no haber un listón claro más que el que uno se marca.

Pero pronto comprendes que ese elemento que escogiste también es infinito, y eres consciente de que vas a tener que elegir, otra vez. Ya has seleccionado dos o tres elementos que te gustan (algunos se quedan sólo con uno y, algunos portentos son capaces de manejarse con más de tres), ahora sabes que dentro de ellos tendrás que elegir unos caminos porque todos no se pueden andar con paso firme. Es la dura realidad, uno ve que sólo podrá alcanzar el nivel deseado en determinados caminos de ese malabar, el resto podrá andarlos en alguna ocasión, por probar y sentir nuevos lugares, pero consciente de que ahí su paso será dubitativo y menos seguro. Da igual que estemos en un camino profesional o amateur, se debe saber a dónde me lleva, sopesando siempre las bifurcaciones que nos pueden cambiar de lugar. No hay que renunciar a los otros caminos, es positivo abrirse y asimilar ideas, pero teniendo en mente a dónde se quiere ir.

Autora: Malala Ricoy

Luego hay que sortear otro peligro: la inactividad. La vida es así, lo que no se practica y se repasa se pierde, y luego cuesta mucho recuperarlo. El entusiasmo no siempre está al mismo nivel, hay que estimularlo y mantenerlo, alimentarlo. En los malabares, por ser una actividad física, se nota mucho. Uno deja de entrenar y practicar un tiempo y se nota torpe, oxidado. Si ha pasado poco tiempo, recuperar el tono será cuestión de unas pocas tardes. Si ha pasado mucho tiempo, resulta muy frustrante fracasar en lo que uno había conseguido, verse espeso y lento en esa senda que antes pasaba con seguridad. Ahí se llega al abismo del abandono y el malabar deja de ser una prioridad en tu vida.


Por eso estoy contento, porque sigo mejorando y aprendiendo.